El arte del crimen by Philip Kerr

El arte del crimen by Philip Kerr

autor:Philip Kerr [Kerr, Philip]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2014-07-02T16:00:00+00:00


3

Nos conocimos en el Columbus de Fontvieille Port, que es el mejor bar de Mónaco. Había llegado en avión para reunirme con John con el propósito de hablar del primer borrador de Rojo muerto —después del cierre del atelier, sería nuestra última reunión antes del asesinato de Orla—, pero, como siempre, me alojaba en Beausoleil, lo que limitaba la posibilidad de ir de copas o a cenar, y, aunque el Columbus es caro, no es tan abusivo como otros establecimientos de Mónaco. Y cosa tanto o más importante: en el Columbus tienen el pescado con patatas fritas más rico de la Costa Azul, y es un grato antídoto contra cualquier cosa que ofrezca el Hôtel Capitole. Hablar de vida nocturna en Beausoleil es un contrasentido, aunque a veces uno puede divertirse un poco cuando la policía y las autoridades fiscales francesas practican controles nocturnos aleatorios de coches con matrícula de Mónaco que van de paso a los clubs de Antibes y Cannes, en busca de gente que se salta la norma de los ciento ochenta y dos días. Uno disfruta cuando y donde puede.

El día había sido largo y lo único que me apetecía era cenar tranquilo y leer, pero al irme del Capitole había cogido por error un libro de Houston en lugar del que quería terminar. No era de los que había escrito yo. Aun así, no tenía el menor interés en leerlo, de modo que cogí un ejemplar del Monaco-Matin —la edición de Mónaco del periódico de la mañana de Niza— y me acomodé en la terraza de la azotea, desde la que hay una hermosa vista de la Rosaleda de la Princesa Gracia, dispuesto a mejorar mi francés, y dejé el libro más reciente de Houston sin abrir encima de la mesa, donde acabó captando la atención de Colette. Igual que yo.

Había un par de mujeres más de lo habitual en el bar del Columbus, pero estábamos a principios de verano y la flota pesquera de putas ya había arribado a puerto. Al margen de las ingenuas ideas que albergara John sobre la profesión de Colette, ya desde la primera vez que la vi me resultó evidente que solo podía tratarse de la más antigua. Tal vez el Columbus fuera su primera escala de una velada que la habría llevado al Zelo’s, al Jimmy’z, al Buddha Bar, al Crystal Bar del Hermitage, al Black Legend, al bar de la séptima planta del hotel Fairmont y, si la situación era desesperada, al Novotel.

—¿Eres seguidor de la obra de Houston? —preguntó en inglés.

—Sí, podría decirse que sí. —Me levanté cortésmente.

—¿Cuál es tu preferido?

—Es una pregunta difícil. El caso es que ayudo a Houston a escribirlos. De hecho, llevo veinte años ayudándolo a escribirlos. Soy una especie de colaborador fantasma.

—Ya sabía yo que te había visto en algún sitio —dijo—. Hoy estabas en la Odéon, ¿verdad?

—Se supone que a los fantasmas no se los ve —observé—. En realidad, se trata de eso. Pero sí, estaba allí. Solo que no recuerdo haberte visto.



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